Ante todo definamos la “virtud”! una cualidad que le permite al ser humano tomar decisiones y actuar correctamente, centrado en las buenas acciones que contribuyan a dar una solución al ser mismo y a terceros. El filósofo griego Aristóteles afirmaba que el "hombre virtuoso es aquel que hace del bien, una necesidad imprescindible, que pone su felicidad en el bien." El ser humano al adquirir o incorporar hábitos del bien, va manifestando en su vida su amor al bien.
Se dice que la virtud es el resultado de una acción consciente, iluminada por la inteligencia y resultante de una voluntad determinada al obrar siempre bien y amparada por el sentimiento que le propicia cooperación para su cumplimiento, pero además de eso tiene el elemento espiritual, lo que nos mueve desde nuestro corazón.
Las expresiones virtuosas surgen primero por una convicción de nuestra naturaleza espiritual, de reconocernos interiormente sobre nuestras cualidades y nuestros buenos propósitos que muchos llamamos “nuestra esencia”. Luego este contenido, por decirlo así, lo proyectamos en función de lograr siempre en nuestras relaciones interpersonales, con la naturaleza y entorno social, una armonía y respeto.
Pero también en esas expresiones virtuosas están presente nuestras creencias, que se han ido formando dentro del ser, según nuestras experiencias o conocimiento adquirido, en ese transitar de vida, y que han pasado por filtros, reconociendo y aceptando aquellas que nos mantienen centrados en acciones del bien. Acá es muy importante resaltar el estado de consciencia que tengamos y nuestra intención, donde podemos elegir caminos de inclusión y participación en lugar de egoísmo y actuaciones malsanas.
En los contextos sociales, se presentan muchos tipos de manifestaciones, con diversas tonalidades que nos pueden influenciar o no en nuestro modo de actuar. La diferencia esta en nuestras decisiones o convicciones. Al trabajar interiormente con nuestro ser en función de nuestro desenvolmiento espiritual, logramos conducirnos en un modo de vida, donde nos vemos parte de un todo que es el mundo, con experiencias transformadoras y conscientes.
Dentro de la sociedad se presentan virtudes tales como creatividad, rigor intelectual, honestidad, busca por la verdad. En general podemos decir que hay virtudes intelectuales y morales. Las primeras actúan para el perfeccionamiento de la inteligencia y las segundas, para trabajar en favor de la voluntad, del sentimiento y demás tendencias. La virtud intelectual busca la verdad, mediante el estudio, la reflexión, la atención, que fortalecen la mente. La virtud moral a su vez se presenta en cuatro clases de virtudes esenciales conocidas desde la antigüedad como la prudencia, templanza, justicia y fortaleza.
No olvidemos las virtudes que emanan de nuestra esencia, de nuestro amor interior, que se van expresando por la voluntad de querer relacionarnos con egoencia, es decir, con inclusión participativa. De esta forma, hablamos de la fe, la esperanza y la caridad, la humildad, el perdón, la paciencia, la abnegación, el sacrificio, la comprensión y la renuncia. Estas expresiones virtuosas le dan brillo a nuestra vida y potencializan las intelectuales y morales.
Una forma de mantenernos en esa actitud del bien, sería meditar sobre nuestros actos a realizar, generando las transformaciones de pensamientos, actos y sentimientos, y expresando nuestra voluntad de querer hacerlo. También nos podemos ayudar con reflexiones diaria, repasando antes de acostarnos, todos nuestros actos para verificar en cuáles no fueron correctos y así poder corregirlos al día siguiente.
Adquirimos hábitos que nos inclinen moralmente a una constante acción del bien, y que fortalezca nuestro ser, sosteniendo nuestras expresiones virtuosas. Ellas propician, una vida noble y digna que a su vez cambia las asperezas de nuestro proceso evolutivo y nos llena de alegrías al superarlas.
Se dice que la virtud es el resultado de una acción consciente, iluminada por la inteligencia y resultante de una voluntad determinada al obrar siempre bien y amparada por el sentimiento que le propicia cooperación para su cumplimiento, pero además de eso tiene el elemento espiritual, lo que nos mueve desde nuestro corazón.
Las expresiones virtuosas surgen primero por una convicción de nuestra naturaleza espiritual, de reconocernos interiormente sobre nuestras cualidades y nuestros buenos propósitos que muchos llamamos “nuestra esencia”. Luego este contenido, por decirlo así, lo proyectamos en función de lograr siempre en nuestras relaciones interpersonales, con la naturaleza y entorno social, una armonía y respeto.
Pero también en esas expresiones virtuosas están presente nuestras creencias, que se han ido formando dentro del ser, según nuestras experiencias o conocimiento adquirido, en ese transitar de vida, y que han pasado por filtros, reconociendo y aceptando aquellas que nos mantienen centrados en acciones del bien. Acá es muy importante resaltar el estado de consciencia que tengamos y nuestra intención, donde podemos elegir caminos de inclusión y participación en lugar de egoísmo y actuaciones malsanas.
En los contextos sociales, se presentan muchos tipos de manifestaciones, con diversas tonalidades que nos pueden influenciar o no en nuestro modo de actuar. La diferencia esta en nuestras decisiones o convicciones. Al trabajar interiormente con nuestro ser en función de nuestro desenvolmiento espiritual, logramos conducirnos en un modo de vida, donde nos vemos parte de un todo que es el mundo, con experiencias transformadoras y conscientes.
Dentro de la sociedad se presentan virtudes tales como creatividad, rigor intelectual, honestidad, busca por la verdad. En general podemos decir que hay virtudes intelectuales y morales. Las primeras actúan para el perfeccionamiento de la inteligencia y las segundas, para trabajar en favor de la voluntad, del sentimiento y demás tendencias. La virtud intelectual busca la verdad, mediante el estudio, la reflexión, la atención, que fortalecen la mente. La virtud moral a su vez se presenta en cuatro clases de virtudes esenciales conocidas desde la antigüedad como la prudencia, templanza, justicia y fortaleza.
No olvidemos las virtudes que emanan de nuestra esencia, de nuestro amor interior, que se van expresando por la voluntad de querer relacionarnos con egoencia, es decir, con inclusión participativa. De esta forma, hablamos de la fe, la esperanza y la caridad, la humildad, el perdón, la paciencia, la abnegación, el sacrificio, la comprensión y la renuncia. Estas expresiones virtuosas le dan brillo a nuestra vida y potencializan las intelectuales y morales.
Una forma de mantenernos en esa actitud del bien, sería meditar sobre nuestros actos a realizar, generando las transformaciones de pensamientos, actos y sentimientos, y expresando nuestra voluntad de querer hacerlo. También nos podemos ayudar con reflexiones diaria, repasando antes de acostarnos, todos nuestros actos para verificar en cuáles no fueron correctos y así poder corregirlos al día siguiente.
Adquirimos hábitos que nos inclinen moralmente a una constante acción del bien, y que fortalezca nuestro ser, sosteniendo nuestras expresiones virtuosas. Ellas propician, una vida noble y digna que a su vez cambia las asperezas de nuestro proceso evolutivo y nos llena de alegrías al superarlas.
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